La JukeBox del Pub

martes, 20 de mayo de 2008

Solicitud de Excepción B.2.3.6. (la de color melón).

Se había asustado. Solo había logrado empeorar la situación.

Enrique esta de pie con el corazón en la boca, los ojos desorbitados. Además de tener todos sus documentos desparramados por el suelo junto la cartera abierta.

Ciertamente, la causa del espanto no había sido el aspecto del hombre: Un anciano de quizá ciento y pico años, aunque con aspecto de cuidarse e increíblemente estar en forma.

Vestía un elegante traje de gris ala de mosca, un chaleco a la vieja usanza e incluso podía ser que llevará un reloj de bolsillo, pues una cadenilla cruzaba el lado izquierdo de su abdomen desde un botón hasta un bolsillo casi invisible. El conjunto se completaba con un sombrero que en ese instante descansaba en las rodillas del hombre.

Tampoco en su actitud había nada de amenazante. De hecho, esta fue la que se espera de tal personaje.

Sencillamente, no había percibido su presencia en la silla de al lado... y eso le había causado un terror abismal.

-Disculpe, joven. Siento haberle asustado. Creí que dormía y he intentado hacer el menor ruido posible. No creía que hubiese hecho tanto ruido. Le ruego una vez más me perdone.

-No, no culpa mía. Realmente lo ha logrado... Ni siquiera he notado el peso de que sentara en esta silla de plástico tan incomoda. Pero, discúlpeme usted, llevo muchos días sin pegar ojo... Obviamente esta tediosa espera ha podido conmigo.

Enrique aprovecha ese segundo en que el anciano le sonríe, para recoger sus papeles.

-Me disculpará que no le ayude, pero mis rodillas se jubilaron antes que su propietario y si intentará recoger un solo folio, deberían usar una mula para levantarme.

-No, no esta bien. A fin de cuentas, el que yo sea un asustadizo no es su culpa.

-Tampoco es que estuviera usted dormido, estaba en una especie de duermevela. Es normal si dice que no duerme bien. Y aquí se presta el dormirse tranquilamente hasta el día del juicio final.

El hombre abarca con su mano izquierda todo su alrededor para remarcar en que sitio están. Tanto él como Enrique se encuentran en la sede del Departamento de Vivienda y Medio Ambiente regional.




-Llevo ocho meses peleándome con todos ellos. Ayuntamiento, diputación, incluso he llegado al ministerio de la vivienda: Nada. No encuentran solución y me queda poco tiempo. ¡Oh, vaya... lo siento! Usted debe tener sus propios problemas si esta aquí.

-Tranquilo, hijo. Es bueno desahogarse. En mi caso puedo esperar, al fin y al cabo tengo todo el tiempo del mundo.

Enrique se sienta y ordena los papeles, mientras el anciano le observa hasta cambiarle la mirada cuando el muchacho saca de entre el legajo una fotografía.

-Perdóneme, joven. Pero, no creo equivocarme cuando le puedo decir que esta es una de las casas de Cazadores.

-Así es. ¿Conoce el barrio?

-Sí. Pase una parte de mi vida destinado como alférez en esa base.

-¿Cómo dice?

-El barrio se conoce como Cazadores, por la base militar que hubo hace años. Si usted es de allí, sabrá que las distintas compañías dieron los nombres a las calles: Caballería, Zapadores, Ingenieros, Infantería, etc.

-Pues la verdad es que no tenía ni idea.

-Verá poco después de la guerra, hubo una desgracia en una base militar del sur. El arsenal de armas explotó. Murió mucha gente, sobretodo mujeres y niños, por que la base estaba dentro de un barrio obrero. También las familias de los acuartelados sufrieron pérdidas, ya que vivían dentro de la base. Fue dantesco.

-¿Y eso que tiene que ver con el barrio de Cazadores?

-Pues, el ayuntamiento de esta ciudad se asustó, llegando ha solicitar el traslado de la base al extrarradio o incluso fuera del municipio. Las relaciones entre las administraciones y las familias de los militares se tensaron durante meses; Hasta que llegaron a un acuerdo: Las familias se quedaban con casas nuevas a cuenta del ministerio de guerra y la base desaparecía hasta los cimientos y cambiaba de sitio junto con sus letales “juguetes”.

-Y así nació el barrio.

El anciano sonrió.

-No. Así vino la segunda parte. El ayuntamiento apareció a escena, alegando que todos los privilegios por vivir dentro de un terreno militar habían desaparecido con la base. Ahora se debían pagar los impuestos municipales por cuenta de las nuevas casas donadas por el ministerio.

-Pero... esto es increíble!

-Pues ya lo ve. Otra pelea entre las familias y los burócratas. Y otra victoria. Pues esta vez, lograron un acuerdo realmente increíble: Exención de pago de impuestos municipales hasta la muerte del ultimo familiar de primer grado del militar destinado a la desaparecida base. Eso es mucho dinero, pues hoy si queda alguien vivo, todavía esta libre de estos chupópteros.

En ese instante Enrique da un salto y vuelve a tirar los papeles al suelo.

-Gracias! Me ha salvado: Esa es la clave. Mi abuela es familiar de primer grado de un soldado: su padre estuvo allí y eso puede salvarme de la supuesta deuda que me reclaman por no pagar los impuestos municipales desde hace décadas. No sabe como se lo agradezco, Señor...

-¡Oh! no es nada. Oye, ese no es tu numero.

Enrique se da la vuelta para mirar la pantalla de turno y efectivamente ve el 17893. luego se arrodilla de nuevo para recoger los papeles. Mientras lo hace piensa en su abuela fallecida hacía ocho meses y en lo orgullosa que se sentiría de él: “ lo he conseguido Yaya. He salvado nuestra casa. Al levantarse se le pregunta al hombre:

-Oiga como ha sabido que ese era mi numero si no lo he sacado del...

El hombre no esta ante Enrique, en su lugar solo esta la silla vacía.

-... Bolsillo. Bah! Le debe haber llegado el turno y yo me he despistado con los papeles.

Cuando acaba guardar el último papel, el muchacho se dirige hacía la mesa 54, donde una mujer de mediana edad y cara de pocos amigos le espera con una mirada asesina.

Después de una hora peleándose con la funcionaria, Enrique se levanta con un papel de más: La solicitud de exención 3.B de color rosa.

Antes de salir del edificio, se acuerda del anciano. Después de mirar por toda la gigantesca sala de espera y no encontrarle, lamenta no haberse podido despedir de él, pero el tiempo apremia. Al fin un poco triste, acaba dirigiéndose a la salida.

Dos meses después, en la casa se recibe la noticia de la aprobación de la exención de la deuda con una gran fiesta; Toda la familia esta reunida.

Su madre aprovecha la ocasión para presentar un documental casero de la vida transcurrida en ese hogar salvado por los pelos.

Al cabo de un rato de empezar el video, Enrique grita de sorpresa al ver una foto de grupo.

-Que te pasa, cariño? Solo es una foto de nuestra boda, la has visto más de un millón de veces.

Enrique señala al televisor, donde empieza a desaparecer la imagen de un hombre ya mayor, aunque con aspecto de cuidarse e increíblemente de estar en forma.

Viste el mismo elegante traje de gris ala de mosca, el mismo chaleco a la vieja usanza y la misma cadenilla asoma de sus ropas.

-Mamá. ¿Quién... quién es ese señor?

La madre sorprendida manipula el mando del reproductor hasta congelar la foto.

-Es tu bisabuelo. Ya te conté que murió dos días después de que tu nacieras. Estaba empecinado a ver a su nieto y lo consiguió: Ciento tres años tenía cuando murió, pero por algo era un alférez de la compañía de cazadores de montaña del tercer batallón. Para más señas, también era abogado. Gracias a él el ministerio y el ayuntamiento cedieron a firmar el acuerdo para hacer el barrio.

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