La JukeBox del Pub

martes, 3 de junio de 2008

Fecha de Caducidad

Acababa de llegar del viaje más largo e interesante que jamás se hubiera propuesto. Había llegado el día de volver. Para despedirse definitivamente.
Mientras el taxi lo llevaba del aeropuerto hasta casa, Ernesto Expósito iba pensando en el último año de su vida.
Hacía doce meses ya, desde que su querido amigo y médico, el doctor David Miralles le había dado su diagnóstico definitivo: Le quedaban apenas unos meses de vida. Un año como mucho.
No le afecto en el primer momento, pero le impresionó ver a su médico llorar y decirle que eso era lo peor que le había pasado en los años de ejercicio profesional: Perder al primer paciente desde que tuvo consulta y sobretodo, a un amigo de la infancia sin poder hacer nada por él.
Los primeros días los pasó digiriendo la noticia y llorando a escondidas. No quería que su familia supiera nada, tuvo que de hacer tripas de corazón y llevar su ritmo cotidiano lo más normal posible.
Dos semanas después, Ernesto estaba en la sala de espera del hospital, obligado por David para hacerse unos nuevos análisis y algunas pruebas por si se podía encontrar algo mejor.
En la silla de al lado había una chica preciosa que se entretenía leyendo un libro: “El último pirata del Mediterráneo”.
Al ver la cubierta, el chico no pudo más que sonreír, mientras sacaba de su mochila su copia del libro. La chica al verlo también mostró su sonrisa.
-¿Te esta gustando?
-Estoy aún por el principio, pero pinta bien. Veo que tú ni si quiera lo has empezado.
-Bueno... ya sabes, te imaginas que estarás aburrido esperando solo con gente rara por compañía, y decides llevarte el primer libro que encuentras para escudarte en él. Pero, si no te importa prefiero escudarte en ti.
-¿Cómo dices?
-Disculpa, no quería decir... yo... en realidad.
La chica rió abiertamente abrazándose la barriga, hasta que un acceso de tos cavernaria la hizo pararse de reír. Ernesto se acerco pidiendo disculpas.
-Tranquilo... tranquilo... no es culpa tuya, si no de esta mierda de enfermedad. Siento haber asustado, solo me estaba riendo de tu teoría. Que comparto contigo: es mejor hablar con alguien que parece simpático que estar escondiéndose de la realidad, por muy bueno que sea el libro. Me llamó Elisa.
-Ernesto. ¿Te encuentras bien?
-Si. Solo es un recordatorio de mi estado. Me queda poco para irme al otro barrio, y la causante esta siempre al acecho para recordarme que la llevo dentro. Pero, Ea! Que se aguante que por mi... Todavía tengo cosas que hacer.
-¡Vaya que vitalidad! Pero como puedes estar tan alegre?
-Mira: La diferencia entre tu y yo es que en mi caso sé mi fecha de caducidad. Día arriba, día abajo. Eso me hace tener tiempo para disfrutar de mi vida. Una vida que hasta ahora se consumía en horas perdidas en la oficina, en casa soñando con lo que me gustaría hacer o conocer. Cuando salga de este tugurio, pillaré un taxi que me llevará a la estación de tren.¿Sabes a donde me voy?
-¿Al Everest?
-No, voy a cruzar Europa en tren y luego seguiré con el Orient Express, para luego seguir con el Transiberiano y luego... si me queda tiempo me buscaré algún enlace con el tren de la Nubes. Siempre me han encantado los viajes en tren.
-Pero y el tratamiento, los medicamentos y las pruebas...
-Cuando me duela me las tomó, y cuando me caiga ya me recogerán. No me voy a rendir.
-Pero, así seguro que no llegas a durar lo que... bueno que...
-Y que importa, si mientras en ello estoy feliz o disfrutando de algo maravilloso.
-Así que según tu más vale morirte en un compartimiento de tercera clase en medio de la estepa rusa, que en tu cama con los tuyos.
-Los míos quieren mi felicidad. Y si por ello se han tenido que despedir hoy en lugar de mañana, que más da. Les he dicho todo lo que les quiero y ellos me lo han dicho a mí. Y me esperan dentro de seis meses para decirme adiós. Cuando... me duerma en mi casa. Ese es mi plan. Piénsalo, Ernesto: si te queda poco tiempo disfrútalo. Tengo una idea: Dentro de tres meses te espero en el Hermitage ante “La Madona Litta” de Da Vinci.




Ya verás que estoy como una rosa. Pero, solo estaré des de las tres hasta las cuatro.
-Disculpen, señorita Pereira. Ya es hora de su prueba. Si me acompaña, por favor.
-Recuerda esto, Ernesto. Si todavía tienes dudas, piensa que para lo que queda en el convento... Te veo en San Petersburgo. Chao.
Elisa se levantó y acompañó a la enfermera. Dejando a un Ernesto inmerso en un mar de dudas y tribulaciones.
Una semana después, Ernesto preparaba la maleta para viajar por el sur-este asiático en bici.
Recordar toda sus experiencias y vivencias de aquel viaje fue estimulante, tanto que le indicó al taxista que cambiará de ruta para ir a la playa. Se debía aquello, y mientras tanto podía evocar el recuerdo de San Petersburgo y de Elisa.
Allí estaba ella; Ante el cuadro, estaba perfecta y con una apariencia sana que daba miedo.
-Hola chico, veo que te has animado a darte una vuelta por aquí. ¿Cómo te va?
-Eres increíble... ¿Cómo puedes estar así?
-Es fácil pones un pie al lado del otro y caminas... Déjate de medicina Ernesto disfruta de tu tiempo. Y si quieres, sígueme en el mío.
Y así lo hicieron. Hasta al cabo de unos tres meses, cuando Elisa desapareció de la habitación de un hotelucho perdido en medio de Shangai. Solo una rosa y una nota:
“Me ha llegado el momento de dormir. Voy a decirle adiós a mis padres. Sigue tu viaje hasta tu fecha de caducidad, pero antes: Despídete de los tuyos. Si hay algo al otro lado, te veo dentro de tres meses donde sea. Estaré entre la eternidad y el infinito esperándote. Te quiero. Hasta luego, Ernesto. Elisa”.
El taxi lo dejo en el muelle deportivo. Ando hasta llegar al final del puerto, allí escaló las rocas del rompeolas y se sentó. El último año había sido genial, el mejor de su vida. Y Elisa la mejor compañera que jamás le hubiera querido. Por que no ir con ella ahora?
Se descalzó y puso los zapatos y los calcetines plegados en una roca, luego se quito la mochila y la ancló a un saliente para que el viento no la lanzara al agua. Finalmente, se quito el cinturón y lo enrolló encima del calzado.
Todo listo, solo quedaba saltar, pero cuando sus pies iban a impulsarse, vio que un sobre estaba a punto de salirse de la mochila por le capricho de la brisa. Lo cogió al vuelo a punto de cumplir su deseo de partirse la cabeza. Al abrirlo sus ojos hablaron por él, derramando lagrimas de felicidad y rabia al mismo tiempo.
“Eres un tramposo. No te has despedido y aún no estás caducado. Cuando lo hayas hecho podrás venir conmigo. Pero no así”.
Tres años después, David Miralles auscultaba a su paciente:
-Y que tal tu viaje por Sur América. ¿Lograste cruzar el Cabo de Hornos a vela?
El muchacho le muestra su oreja izquierda donde un arete de oro luce con la luz de la consulta.
-Pues claro estas hablando con un “Hornier” de alto estanding. Incluso pude subir al cabo a tocar la escultura.

-Pues, aún no entiendo tu afición a arriesgar tu pellejo después de salvarte de una sentencia de muerte con aquella enfermedad. Aun hay gente que murmura que fue un error de diagnóstico.
-Y tu. ¿Qué crees?
-Fue un milagro.
-Si.
Ernesto sale de la consulta de su amigo y se dirige a la parada de taxis.
-¿Dónde vamos?
-A disfrutar de la caducidad al máximo.

FIN

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