La JukeBox del Pub

sábado, 27 de diciembre de 2008

El Show debe continuar. El Gran Edgarini (II)

Apenas son las seis y media de la tarde. Pero al ser diciembre, ya ha anochecido en la ciudad.

En la trastienda de "Humos y espejos", los dos viejos amigos comparten una charla animadamente.

-Pero no puedo acabar así. Sin un gran final me niego a cerrar el negocio.

Edgar esta sentado en la humilde butaca, donde hasta hacía unos meses, Amalio hacía esperar a los más famosos magos de todos los tiempos, para presentarles sus últimos ingenios de sus grandes espectáculos.
Edgar pensó amargamente, que ya no formaría nunca más parte de esa categoría.

Por su parte, Amalio sigue haciendo inventario, a la vez que trata de mantener parte de su mente en la conversación.
Ultimamente su sordera le traiciona más de lo habitual, y eso le ocasiona pasar malos tragos por perderse parte de las palabras.
Aceptando su disminución de oido, Amalio opta más por las atropelladas frases de su querido amigo y antiguo discípulo, en detrenimento del inventario.

-Nadie lo quiere aceptar al principio. Solo unos pocos creen hacerlo, Edgar: Asumir que uno ya no es mago es un paso que duele. Pero no solo estamos los ilusionistas, cualquier profesional cuando llega la hora de jubilarse tiene miedo al futuro, por creer que solo queda la espera de la muerte.

Amalio sonríe.

-Y si no que me lo digan a mi.
Amalio mira directamente a los ojos de su mejor amigo:
-Edgar esta es la ultima vez que vendrás aquí. Así que aprovecha.

-¿Cómo?

-He vendido la tienda a esa cadena de electrodomésticos. Dentro de dos semanas entrará la piqueta.

Edgar siente como si el estomago se le transformará en un saco de cemento. Un frío le recorre la espalda y la cabeza le da vueltas. Su mundo esta desvaneciéndose por segundos: Su fama, la magia y la salud. Todo perdido en pocos meses. Ahora le abandonaba Amalio.

-Pero eso es absurdo. Amalio, tu decías que te sacarían de este lugar con los pies por delante.

Amalio le abraza:

-Sonaba muy poético. Ojala los bancos pensaran igual que nosotros. Pero, ya sabes, Rita esta muy mal de dinero y creo que es mejor...
Edgar asiente y palmea el hombro de su compañero de aventuras:
-Es mejor usar lo poco que tienes para tu querida Rita que morir en medio de tu sueño acabado. Lo entiendo perfectamente mi querido amigo. Y, ¿Con todo esto que vas a hacer?

Edgar gira sobre si mismo, abarcando con sus brazos todo el material en stock de la tienda: juegos de manos, artilugios extraños, pañuelos.

-Me rindo en todos los frentes, Edgar.

El aludido frunce el ceño.

-¡Oh! No Amalio. Tu quoque filis. A ese chico no. Si no sabe ni como logra cortar una mujer en dos.

-Pues el resto de la comunidad no opina igual: A logrado ser el número uno en poco tiempo.

-Bah, ese chaval usa la electrónica y hologramas para sus trucos.

-Números, Edgar.

-No. En eso no hay arte. Solo tecnología.
Amalio acaricia una silla electrica cubierta con un plástico.
-¿Qué seríais los viejos magos, sin mi tecnología? Aun recuerdo a ese joven pidiéndome consejo de cómo hacer magia mientras llevaba en sus manos una caja de herramientas para cambiar un fregadero.

Edgar imita el gesto de recibir una puñalada en el vientre:
-Touché mon ami. Dime, ¿Cuándo le echas el candado?

-El lunes. Y a partir del martes: A vivir con Rita la última aventura.

Edgar abraza a su amigo. Este le corresponde dándole unos golpes en la espalda.

-Te echaré de menos, maestro.

-Menos lobos, Caperucita. Que solo me jubilo, no me he muerto. Aunque como acto de despedida, te voy a ofrecer algo: Paséate por aquí y coge lo que más te guste. Te lo regalo.

-Pero y ese jovenzuelo, no se enojará?

Amalio señala con su lápiz la lista del inventario:

-Ojos que no ven... te voy a dejar un momento. Tengo que rendir pleitesía como miembro del Prostátic Club.

Edgar sonríe y hace una reverencia:

-Salúdalo de mi parte y dile que todavía soy joven para tal honor.

Amalio deja la libreta y se dirige al patio de abajo. Edgar esta a solas en la tienda.

Cuantos recuerdos.
Casi más de cincuenta años compartiendo secretos con su querido amigo y maestro Amalio entre estas paredes. Y en apenas un mes, donde hay una jaula de tele-transporte habrá una oferta de tostadoras.

Edgar deambula por los pasillos del almacén, pasando sus manos por las cajas de artículos de magia.

Cuando de repente, oye un susurro a su espalda. Nadie. quizás sea una ventana mal cerrada.

Al seguir al siguiente pasillo, el susurro se oye más fuerte. Algo se mueve en una pequeña caja que se encuentra a la altura de sus ojos. Alguna rata, piensa Edgar.

Mira alrededor y encuentra un bastón con puño de marfil.

“-Que pena, mancharlo. Pero es ella o yo”Piensa el anciano.

Sigilosamente se acerca a la caja con el bastón en alto.

Cuando se dispone a golpear a lo que sea que hay dentro, Edgar se asombra de lo que ve: una baraja de cartas mágicas.


Continuará...


No hay comentarios: